Breve esbozo de mi madre

Me vuelvo a lanzar sobre el teclado, esta vez voy a escribir sobre mi madre… Escribir para ella es difícil, porque a mi madre las palabras le quedan chicas.

Como resultado de esa mezcla de raíces típicas de nuestro país, nació mi madre, en un pueblecito de Santiago de Cuba. Se hizo ingeniera civil, pero ella de niña prefirió trabajar en una fábrica de chocolates y confituras, o de perfumes y cremas para la piel. Habla bajito, porque es de mal gusto vociferar, y conserva con orgullo el acento santiaguero. Con el paso del tiempo, ha sabido curar heridas, corazones rotos, se hizo experta en hacer manualidades y posee un don especial cuando entra a la cocina.

De mi madre tengo los mejores recuerdos de mi infancia, cuando todas las mañanas hacía hasta lo imposible para que yo llegara peinada a la escuela mientras lactaba a mi hermana, cuando se daba cuenta de que yo había usado la tijera en vez de rasgar y me mandaba a repetir, cuando me enseñaba de caligrafía y matemáticas mientras calculaba la oscilación de un edificio en tiempos de catástrofe.

Me enseñó a amar los libros y tener uno siempre en la mesita de cabecera, que lo esencial sigue siendo invisible a los ojos, como dijera Antoine de Saint, que primero se friegan los vasos porque son los que menos grasa tienen, luego los cubiertos y finalmente los platos y los calderos, que para hacer la panetela en la olla a presión hay que poner la candela bajita.

A mi mamá la he visto llorar a los grandes, la primera vez, cuando murió Chávez, y llegaba hasta donde yo estaba hecha pedazos, con las lágrimas a flor de ojos a darme la noticia. La segunda, cuando murió Fidel, esta vez fui yo quien llegó rota a darle la noticia y recibir su abrazo cálido.

Es de las últimas en dormirse. Antes de irse a la cama, prepara la leche del desayuno “para no perder tiempo mañana”, revisa que no quede un fogón encendido, que la casa esté cerrada, que cada una de sus hijas respire sin dificultad, que no le falten en su bolso de trabajo la cinta métrica y los espejuelos.

Hoy intentaré despertar primero que ella, para llevarle café a la cama y regalarle un beso de feliz cumpleaños. Para agradecerle las estrías que le adornan el vientre, su sonrisa en mal tiempo y sus enojos de “no me pasa nada” cuando realmente le pasa todo. ¡Feliz cumpleaños mamá!